Esta reseña sobre Hanyo no Yashahime: Sengoku Otogizoushi contiene spoilers. Si no has visto el capítulo, te recomendamos hacerlo y después regresar a leer la reseña.
Capítulo 13: “Los deliciosos monjes feudales”
Hanyo no Yashahime cierra el año con la aparición del último de los Cuatro Peligros, Totetsu, al que le gusta devorar monjes con gran poder. Debido al revuelo que causan sus apariciones, los exterminadores se ponen en marcha para proteger a los monjes de los alrededores. Al repartirse la tarea, Kohaku le pide a su sobrino que vaya a vigilar a su padre, Miroku. Hisui acepta a regañadientes; lo acompañan Towa y Setsuna.
Miroku se encuentra en las montañas, realizando un entrenamiento de 1000 días. Allí, coinciden también con la hermana de Hisui, que ha ido a visitarlo. Entonces, al contrario de las suposiciones del muchacho, que ve en su padre a un cobarde, Totetsu reconoce su poder y los ataca.
Durante la lucha, Totetsu resulta un poderoso enemigo. Dada la situación, Setsuna le pide a Miroku que libere el sello de su poder demoniaco. Con el veneno de su brazo, consiguen contratacarlo, pero el sirviente de Kirinmaru huye.
En otro lugar, Moroha espera, inútilmente, a que aparezca Totesu mientras protege a otro monje.
Análisis: ¡¡Por fin!!
La comunidad de fans de Inuyasha llevábamos 13 largas semanas esperándolo. Por fin, han aparecido personajes importantes del elenco de la saga anterior: ¡Miroku y Sango! Desde la coherencia narrativa, tampoco nos han contado demasiado, por no decir casi nada, pero su aparición es una chispa y un puente con el pasado.
En realidad, el público asume más dudas que respuestas. No obstante, esa es la dinámica de Hanyo no Yashahime; esto es, gotear las piezas perdidas de un puzzle que espectador y protagonistas deben resolver juntos, aventura tras aventura. En semejante orden, la reaparición de Miroku y Sango tenía que ser breve y adaptada a la visión optimista e inocente de Towa, óptica principal en la trama. Se trata de dar naturalidad al silencio y a las dudas, que pasan como algo secundario, porque las protagonistas viven plenamente el presente.
En tanto, los que sí somos conscientes y añoramos personajes, nos consumimos en intriga. Quizás, el estoicismo y el camino de los 1000 días de entrenamiento de Miroku sean una buena medicina. Paciencia, la historia no se resolverá enseguida.
Miroku y Sango, ayer y hoy
El romance entre Miroku y Sango fue brotando como una discreta flor en la historia de Inuyasha, pero, en su cénit, llegó a regalarnos algunos de los momentos dramáticos más bellos. Por la naturaleza libertina del monje, parecía poco probable al principio; sin embargo, la profundidad de su tragedia y la maldición del túnel de viento (Kazaana) envolvió a los personajes en una atmósfera sutil donde las emociones iban creciendo. Finalmente, de abrazarse para morir juntos, Sango y Miroku pasaron a consumar su amor como una realidad estable en la que obtuvieron una familia.
Leí comentarios en redes sobre lo extraño que era concebir a Miroku sin su característica cómica principal, ser un poco pervertido. Personalmente, me resulta coherente. Es un personaje que ha tenido que madurar, padre de tres hijos- con una tumba en casa y falta una de las gemelas-, y está concentrado en aumentar su poder por un desencuentro del pasado. Por otro lado, ¿qué esperaban esos fans? ¡¿Que atacara a niñas adolescentes a las que dobla la edad delante de su hijo y su hija?! Creer que Miroku tiene que ser un eterno pervertido es no haber ahondado en absoluto en las raíces del personaje, que usaba esos momentos como máscara de sus verdaderas preocupaciones.
Sango sale en una única escena frontal, serena. Nos oculta todos sus secretos. Y es que, tanto en él como en ella, importan más los silencios que los diálogos.
En defensa de Moroha
Tal y como ya mencioné en la reseña anterior de Hanyo no Yashahime, Moroha merece mayor enfoque por derecho propio. No la defiendo porque sea la hija de los protagonistas anteriores, Inuyasha y Kagome; sino porque los guionistas crearon un personaje absolutamente genial que devoraba la pantalla los primeros capítulos.
Como el dios consciente de haber creado un ser que se escapa al control de su destino, el estudio ha apartado a Moroha, ese monstruo potencial que puede ensombrecer el protagonismo de las hijas de Sesshomaru. El resultado es un error fatal de coherencia, pues provoca un giro brusco en la trama. Es además, una muestra de desprecio por los hilos que tejen una buena trama, pues denostar una creación tan interesante va de la mano de una trama forzada. En ocasiones, hay que saber escuchar las oportunidades inesperadas que nos brindan las historias, esas primeras pintadas de un lienzo que cobran vida propia y se rebelan contra la idea del artista. Es en esas ocasiones en las que deberíamos aceptar y aprender de los personajes, entenderlos para seguirlos creando.
Moroha es genialidad en esencia pura. Mezcla el humor y la inteligencia, es poderosa y tiene conocimientos de hierbas y venenos. Es parte demonio y sacerdotisa, combinando dos fuerzas opuestas en un solo ser. Divertida, astuta e inocente a ratos, supera el legado de sus padres y tiene un origen oscurecido por el misterio y la tragedia.
Si Hanyo no Yashahime cierra el paso definitivo a Moroha y la relega a una especie de Team Rocket con Takechiyo, en lugar de aceptarla e integrarla con Setsuna y Towa, romperá con su propia línea argumental del inicio y perderá el enorme potencial del personaje.
A modo de conclusión
Hanyo no Yashahime usa el silencio para contarnos más de lo que cuentan los diálogos. En esta dinámica, consciente de su ritmo, nos integran a dos queridos personajes del pasado: Sango y Miroku.
El cambio de Miroku ha sorprendido a algunos, pero a la autora de estas líneas le parece una evolución necesaria y consecuente con el personaje. Otros factores nos han retraído al pasado, como la naturaleza del semidemonio en Setsuna, que comentaremos más adelante.
Por último, en vista de los capítulos que se acumulan, salimos otra vez- y las que hagan falta- en defensa de Moroha, no por ser hija de quien es, sino por esa personalidad tan brillante que los guionistas malgastan en apariciones repetitivas, cómicas e irrelevantes.